jueves, 7 de noviembre de 2013


Educar hombres libres, que han conocido la verdad, ¿no resulta apasionante?
¿Quién acompañará al joven e inexperto viajero en su jornada? ¿Habrá un maestro
seguro de que la meta existe y vale la pena, y dispuesto a caminar con paciencia al
ritmo del alumno que tropieza, tiene miedo, duda y se rebela?

Nuestros alumnos necesitan ser escuchados, mirados, bendecidos. El sentido en su
vida pasa por la experiencia de ser abrazados con toda su carga existencial, sus
carencias, las injusticias vividas, los abandonos, las maldiciones que se han vertido
sobre ellos. Necesitan ser vendados tantas veces de sus heridas, admirados por su
dignidad de criaturas de Dios, acompañados, estimulados, perdonados, empujados
hacia el riesgo de la experiencia vital, a la que podrán lanzarse sabiendo que el fin no
es el resultado académico, o el éxito o la riqueza, ni siquiera el grado de diversión…
Sino compartir con el otro la experiencia de la gratuidad de la propia existencia y la
propia recreación. Y hacerlo de manera fecunda, donde cada existencia esta llamada a
darse para que otro viva, de modo que vaciarse por el otro es lo que otorga plenitud.
Necesitaremos alforjas para el camino. Habrá que comer, necesitarán Palabra. Tendrán
que dejarse guiar, necesitarán Consejo. Deberán combatir el frío de la soledad, alguien
deberá acompañarles. Quizá abandonen el camino y vuelvan heridos, y necesitarán ser
regenerados con los Sacramentos. ¿Encontrarán en la familia, en la escuela, en la
Iglesia, todo este equipaje?

Hoy más que nunca son necesarios maestros que sean testigos de esta experiencia en
su propia persona. Maestros que conozcan su propia debilidad, su vulnerabilidad, y
puedan narrar su experiencia cuando han caído y se han levantado tantas veces… Esto
es humanizar la educación.

La escuela necesita modelos, que no son perfectos, pero que caminan hacia la
meta cierta. Qua han conocido el Amor y pueden mostrarlo a los otros. Que valoran lo
que el alumno es y no solo lo que es capaz de hacer. Que no desesperan nunca de él.
Aquí radica el secreto de la autoridad del maestro y de todo educador -tan puesta en
cuestión en el nuevo escenario pedagógico- que crece o decrece como lo hacen sus
virtudes.

¡Se espera tanto de nosotros! ¡Es tanta la urgencia para esta labor!

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